Buenas
noches pueblo de Quintana de la Serena.
Querido
pueblo que mi madre, Isabel Escudero, vio al nacer exactamente un día como hoy
del pasado siglo.
Donde
pasó su infancia, ese terreno eterno, donde la realidad y el sueño conforman la
horma de cada ser, patrimonio de todas las personas, de todas las culturas.
Seré breve,
pero antes de nada, quiero dar gracias de todo corazón a la Asociación Cultural
de Quintana de la Serena “Una piedra sobre otra” promotora de este acto, a
Francisco Manzano, a Victoriano Rodríguez y al resto de compañeros.
Gracias A
Dinah Salama por hacer un cartel tan hermoso para este acto y gracias a Antonio
Calderón por coordinarlo todo.
A Quesía ,
artista y casi ahijada de mi madre, la hija que nunca tuvo, que con su
sensibilidad extraordinaria cantará a continuación.
También
quiero agradecer a todos los familiares y amigos que han venido desde
Campanario y desde Madrid para honrar su memoria.
Por último
gracias al excelentísimo ayuntamiento de Quintana de la Serena por apoyar este
acto homenaje,
Decía
Borges,
“No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos
los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las personas que
he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados…”
No creo que
haya mejor definición para Isabel Escudero Ríos. Extremeña, hija de maestros
extremeños. Mis querido abuelos.
Ella fue una
madre amorosa, como todas las madres cuidó de nosotros hasta el último aliento,
pero también bogó en las aguas del conocimiento y el arte. De todo arte. Escribió
sobre la realidad que se esconde debajo de las cosas aparentes. Viajo y conoció
el mundo, luchó contra la injusticia y la estupidez, contra el estado, la
cultura oficial, el capital y la falsa idea de futuro que nos venden.
Lucho contra
la muerte.
Reivindicó
la verdad. Que no es la verdad de unos ni de otros, si no la voz del pueblo. La
voz que no tiene nombre pero dice verdad. Buscó en definitiva, siempre
distinguir las voces de los ecos, como decía su muy querido Antonio Machado.
Y lo hizo
todo a pleno pulmón, con una intensidad propia del que no tiene miedo a la
vida.
Mi madre,
pese a ser profesora de la universidad, pese a haber estudiado y en su caso
seguido saberes y corrientes filosóficas, educativas y literarias del orbe
entero, y sobre todo quedándose de todo ello solo con aquello que traspasaba el
alma y el pensamiento, siempre llevo prendido en su corazón un gracejo especial,
una semilla plantada en su que hacer que hacía fácil saber su procedencia.
Este remoto saber
local tan propio de las comunidades de la serena. Ese saber decir las cosas
entredichas, contándolas y cantándolas. Conservó hasta al final esa mirada
infantil de niña de pueblo, jugando asombrada con la naturaleza cambiante de
las personas, del tiempo y de las cosas, incluso con su propio irse de entre
nosotros.
Isabel era
contraría a los nacionalismos porque era un ser universal. Desdeñaba las
banderas. Sabía que los mismos circunloquios del lenguaje que intentan explicar
nuestro paso por el mundo se dan en Japón, Francia o aquí. Y en cualquier
época. Que los anhelos, las alegrías y la penas son universales.
Pero
siempre, repito, llevó prendido en el pecho ese alfiler, esa cicatriz en el
carácter, la marca de niña hija de maestros rurales que con una mano escribía
la letra española . Esa que dictaban en las escuelas y que era limpia , fija y
daba esplendor, y con la otra acariciaba mastines, jugaba al trompo o cazaba
ranas en esta buena tierra.
Hoy mi madre
se sentiría en casa. Porque este pueblo y el vecino Campanario lo eran. Con sus
gentes, con sus antepasados de los que ya forma parte, en vuestros ojos cuando
leéis como propios sus libros, en vuestras gargantas que harán vuestras sus
versos, en las calles de cal agostadas, en las canteras, en las encinas y los
humedales, en la pizarra que corta el viento que puntualmente viene de
Portugal, en las tardes eternas de agosto, en los pozos, las viñas, en el
triángulo que forma las cigüeñas en este cielo llano, en la llamada cíclica de
los campanarios..
Que calle
pues mi voz y sea la vuestra la que cante y cuente la obra de Isabel, esa hija
de este pueblo, esa niña eterna.
Muchas
gracias