viernes, 23 de enero de 2015

Humor en la pared del parque, Quintana. Moreno El Mayor.

Publicación autorizada por el autor.

© Moreno El Mayor.

ANTICIPO QUE SACO DEL CONGELADOR, PA MANUEL RODRÍGUEZ NIETO.


Cada verano, mi amigo Antonio Pajuelo -que sabe que el vino bueno me gusta con delirio- me somete a un ejercicio de sinceridad para que opine sobre cómo le ha salido el vino hogaño: “ ¿qué te parece, Moreno, cómo está este vinazo?”. Él, mira cómo yo miro el color, lo muevo, lo huelo y me lo echo a la boca; y sigue mirándome fijo a los ojos, hasta que emita mi sentencia anual al respecto, la de todos los años, siempre la misma: “Este vino…., Porrita”, (porque yo le llamo por el diminutivo suave de su verdadero mote, ques ‘Porrajierro’), “este vino es brusco, alcohólico, turbio y está hasta un pelín picado, avinagrao, en definitiva, ¡¡¡ este vino es un puto brebaje, joé!!!”. Y su contestación es también la de siempre: que si nos hemos vuelto mu finos, que si menos química y más naturalidad, que si patatín que si patatán, y que me den por culo con ese vino que le he llevao pa cená: un vino flojo, amariconao y con mucha química.
Claro, él no se da cuenta de que su paladar se adapta a su vino: cuando debería pretender lo contrario, que el vino se adaptara a su paladar, al mío y al de otros muchos, cuantos más mejor, mostrando un sabor civilizado al común de los degustadores. Porque, vamos a ver, el vino es un proceso vivo que por sí solo tiende al vinagre, y es por ello que el enólogo está para modificar, alterar, modular ese camino de transición en aras de –dándole química- conseguir un caldo agradable.
Quiero decir, aun a riesgo de crear polémica en la Pared, que de eso se trata, yo declaro que (salvo rara excepción) en las pitarras extremeñas se hace mal vino: ya sé que esto es escupir parriba, pero lo veo así. Y es que para hacer buen vino no basta (como para hacer el chorizo, o el buen pan de pueblo de Angustias, o el queso de Inés) buena materia prima, paciencia y buenas manos: el vino necesita QUÍMICA. El jodío “Porrajierro”, concediéndome algo de razón, me dice que él le echa un poco de “sulfuroso”, joder, a ver: ¿Cuánto le echas?, y él que un puñao, y yo que eso es peligroso, y él –que confunde miligramos con gramos- insiste me espeta que: “ ¡al coño con tanta química!”, que las probetas y las pipetas se las pasa él por el forro, con tanta mariconada, joé. JAJAJAJAJA; y me lo paso bomba, claro, pero yo bebiéndome mi “Torre Julia”, o “Basangus”, o “Habla”, lo que se tercie. Y él su pitarrero.
Una prueba palmaria de que la pitarra casera no da generalmente buen vino es cómo han proliferado siempre en la comarca de La Serena las fábricas de gaseosa, ¿sabéis por qué?, pues es muy fácil: porque es un cubredefectos del mal vino, la gaseosa está muy ligada al vino porque cura esa patología y ese sabor a sulfídrico, a geraniol, a picado o a roble excesivo que a veces apreciamos en los vinos cosecheros de familia: así se ha inventado el “tinto de verano”, dulcificando con la gaseosa la acritud del mal vino: mezcla que con hielo en cantidad generosa resulta bastante agradable.
Yo me quedo con el buen vino hecho por un enólogo sabio, con la química que haga falta…, ese vino que agudiza el ingenio en nuestro hablar, que induce al sueño, que erotiza el camino y permite llegar a Itaca sin frustración: me gusta tantísimo que no me he concedido, ni una sola vez, el abusivo error de emborracharme para no aborrecerlo jamás.

(Tangencialmente, Manuel, cito a la gaseosa como “salvadora” de malos vinos, pero queda pendiente relatar lo que puede dar de bueno por sí misma: qué gracia me hizo aquél pequeño gran actor en esa estupenda, surrealista, absurda, pero nunca estúpida comedia “El Milagro de Petinto" cuando, con un desparpajo genial, dijo aquello de : "¡Qué invento esto de la gaseosa!").